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Violencia soberana y legitimidad de la ley

“Si, [no vamos a encontrar una solución a los problemas políticos en la criptografía,] pero podemos ganar una gran batalla en la carrera armamentística y un nuevo territorio de libertad por varios años. Los gobiernos son buenos cortando las cabezas de las redes centralizadas como Napster, pero las redes P2P puras como Gnutella y Tor parecen resistir bastante bien.”
Este es uno de los pocos comentarios políticos que se nos presentan de parte de Satoshi. Esta es una referencia a la entrevista a Michel Foucault acerca del poder y la soberanía que se encuentra en "Verdad y Poder"*:
La monarquía se representaba a sí misma como un referi, un poder capaz de poner fin a la guerra, la violencia y el pillaje, y de decirle no a estas luchas y riñas privadas. Si hizo aceptable dándose a sí misma una función jurídica y negativa, aunque una cuyos límites comenzó a cruzar, naturalmente. Soberanía, ley y prohibición formaron un sistema de representación de poder que fue extendido durante la era subsecuente por las teorías del derecho: la teoría política nunca dejó de estar obsesionada con la persona del soberano. Tales teorías todavía hoy continuan ocupándose del problema de la soberanía. Lo que necesitamos, sin embargo, es una filosofía política que no esté erigida alrededor del problema de la soberanía, ni, por lo tanto, de los problemas de la ley y la prohibición. Debemos cortarle al cabeza al rey: en teoría política eso aún está pendiente.

Soberanía, legitimidad y cómo la violencia las conecta

El problema fundamental a mano es uno de soberanía –¿Quién tiene el derecho supermo de mandar? Hoy en día, los gobiernos alrededor del mundo se han ungido a sí mismos con el derecho supremo a regir sobre casi cualquier aspecto de la vida. Esto no es por su majestad o por nuestra consanguinidad, sino simplemente por su monopolización de la violencia y del marco legal que usan para justificarla. Ha habido una larga y precipitada cadena de abusos que ha creado el mundo tal cual es hoy en día, y una injusticia considerable que nos fuerzan a cuestionar tal cosa.
Primero debemos cuestionar de dónde viene ese derecho. Este derecho no es sólo un residuo histórico impreso sobre nosotros desde la evolución de la sociedad desde el feudalismo, sino también una perspectiva ideológica que es reforzada incesantemente a través de nuestras vidas. Cuando reducimos este poder a la forma en que opera en niveles individual y organizacional, podemos ver más allá del atuendo de oficialismo, legitimidad y rectitud que pretende tener, y percibir la tosca y barbárica máquina que realmente es: violencia organizada bajo la bandera del Estado.

Esta acción es legal para el policía que la lleva a cabo –ninguna violencia recayó sobre él oficial por hacer esto.
La violencia es la base del poder que los gobiernos usan para proyectar su legitimidad en el mundo. Esto se hace con medios explícitos, tales como la policía, el ejército, prisiones, leyes y regulaciones; pero también con medios discretos tales como educación, religion, burocracia y especialmente elecciones. Los canales discretos de lo que es visto como ‘correcto’ o ‘legítimo’ son la forma más poderosa de controlar las conversaciones acerca de ‘qué es violencia’ y quién tiene derecho a ella. Esto produce el contexto para el cual puede usarse la violencia, y por lo tanto la justifica. El uso de la violencia para reafirmar el status quo (es decir, la ley) se justifica por la disciplina ideológica que demanda que la autoridad sea respetada y obedecida por la única razón de que ‘la autoridad debe ser respetada y obedecida’.
El hecho de que se nos permita votar por uno de varios representantes que invariablemente representan el mismo interés corporativo del status quo, es parte de un diálogo mayor que nos hace creer en la legitimidad de esa violencia. Se nos dice que tenemos ‘poder democrático’ y que si somos capaces solamente de elegir a la persona adecuada (a pesar de que no haya proceso electoral alguno para elegir a la policía o al ejército), seremos capaces de resolver nuestras preocupaciones políticas. La verdad del asunto es estrictamente distinta.
Hay gente en este mundo que puede iniciar violencia contra otros por medios legales explícitos sin forma de apelación. Somos sujetos bajo la ley y sujetos a ella, y tenemos amos que están fuera y por encima de la ley; quienes irónicamente se hacen llamar ‘aplicadores de la ley’ (law enforcement).
Es la amenaza de esta violencia sistematizada en todos los aspectos (legal, económica, personal) la base del poder de todos los gobiernos. Es bajo esta bandera de legitimidad via violencia legal que los gobiernos han operado a lo largo de toda la historia. Ese poder hace el derecho y como decisión oficial judicial, eso es definitivo. Estas son las bases legales de las leyes del Estado, y esta es la razón por la que pueden ordenar tu muerte –porque tienen el poder de hacerlo.
Tristemente, simplemente nunca ha habido otra manera de organizarse políticamente con excepción de revoluciones esporádicas, insostenibles, que recayeron de nuevo en la misma estructura de poder apoyada en al violencia. A medida que crece el caos revolucionario, se apodera de los aparatos de poder para sí mismo y se convierte en espectro del Estado, legitimizando sus propias violencia y corrupción.
Esta es la teoría del soberano –cómo las instituciones políticas crean poder unas sobre otras– hecho a punta de espada una, y otra, y otra vez; a lo largo de toda la historia.
Esta es la lucha revolucionaria por la soberanía. Como Foucault señaló, mientras sigamos aferrados a este problema central en la teología política de de entronar el poder sobre la vida y la violencia de unos sobre otros en un sistema legal, sea en la forma de un senador, ministro, oficial de policía, juez o rey; seguirá estando el problema de las grandes formas negativas de poder. Amos de todas las instituciones intentan ser buenos amos; pero primero y sobre todo, intentan ser amos. Hay un acuerdo entre los aristócratas en el que creen que hay una buena razón para que gobiernen el mundo y tengan poder por sobre todo.
La soberanía tal cual la conocemos sólo puede existir como legada por algo o por alguien; o tomada violentamente de aquéllos por medio de una revolución. Una vez entrado en el tema de la soberanía, hay un defecto inmediato evidente en que un cuerpo político debe ofrecer soberanía, o ésta debe ser tomada por la fuerza. Esta fuerza es lo que queremos evitar en primer lugar, y lo que mantuvo a la humanidad trabada en una constante lucha de poder contra y sobre ella misma –homos lupus homnium. Por toda la historia humana, este concepto ha batallado en dos polos opuestos: aceptar al soberanía ofrecida por otro o luchar contra esa oferta y tomarla para sí mismo. La violencia y la fuerza física son las herramientas usadas por la lucha soberana para dirimir quién es el amo, y quién el esclavo.

Historia política de la soberanía

Las más recientes revoluciones políticas del siglo XVI tardío desplazaron el poder al deslegitimar el derecho divino de los reyes y colocando esa legitimidad en los concejos republicanos. A pesar de que había atisbos de cambio en la estructura de poder, lo que realmente ocurrió fue un aplastamiento; una mutación del sistema y una fractura del poder entre varios actores. La soberanía fue extirpada a los reyes y ese poder fue dividido entre las diversas estructuras ideológicas aparatos represivos estatales que hacen al Estado moderno.
El poder no está más centralizado en un solo cuerpo (el rey), sino fracturado en la burocracia gubernamental como cuerpo corporativo. Poder, legalidad, legitimidad, soberanía, el partido como aristocracia, y la violencia sancionada estatalmente como medios de ejecutar la ley, son todos parte de esta misma estructura político-gubernamental. Sin embargo, estas fuerzas no están más investidas en el cuerpo único de la monarquía, sino en un nuevo cuerpo de gente fuera de a ley misma. El decreto de derecho divino que fue usado para hacer la ley por parte de los reyes, hoy día es usado para hacer la ley del Estado, pero esta vez bajo el título de las libertades civiles.
Invariablemente, la gente se encuentra bajo el garrote, la cadena y el látigo, feliz de complacer, porque ya no tiene un maestro, ¡sino muchos! ¡Y esta vez están ahí por el bien de las libertades civiles! No logran darse cuenta de que los defensores de las libertades civiles buscan proteger sus propios derechos antes, por encima y a expensas de los de los demás.
La violencia es el medio por el cual la conformidad con leyes injustas es explícitamente impuesta por la fuerza. No es la justicia o majestad de los sistemas legales contemporáneos lo que hace valer la ley; es la despiadada y despreocupada violencia. Es en el interior de las manipulaciones ocultas de qué es lo normal y apropriade en donde también encontramos apologistas que demandan ser gobernados como sujetos, no como gente.
Si la gente va a liberarse a sí misma de un sistema de gobierno tan insidioso y total, debe hacerlo sobre sus propios méritos de poder ayudarse a sí misma. La gente debe armarse a sí misma con conocimiento y voluntad de pensar críticamente para crear un mundo nuevo y mejor. Usando internet, bitcoin, criptografía fuerte podemos crear un mundo mejor y hacer nuevas leyes desde internet para ayudarnos a salvarnos de la catástrofe ambiental que se cierne sobre nosotros.

Criptografía y auto-legitimidad

Las monedas digitales se retiran de la teología de la soberanía via violencia creando un nuevo modo de soberanía. Intangible y no-física, esta nueva forma de poder se produce como una forma de poder destituyente, una que se retira y se rehúsa a cooperar con cualquier forma de violencia.
La legitimidad dentro de la criptografía se da por secretos cognocibles y demostrables, irrompibles, que solamente pueden existir en un plano digital o matemático. No se interesa por lo que ocurre en el plano físico, sino sólo por lo que ocurre en el reino digital: matemática demostrable y el sacramento de la clave privada.
La legitimidad ya no viene de una autoridad dentro del sistema político o económico, sino que se produce al existir explícitamente por fuera de cualquier control estatal y de la violencia que éstos entronan.
El concepto de soberano se pone de cabeza. La legitimidad ya no necesita venir de instituciones estatales que están empoderadas por la violencia, sino de sistemas matemáticos demostrables que no son parte de la estructura de poder y violencia. Esto crea un nuevo sistema económíco sin dios ni amo.
Ya no necesitamos pagar por el privilegio de nuestra libertad para intercambiar unos con otros, o ser extorsionados por los dioses del gobierno, o por sus amos del capitalismo. Bitcoin re-inventa el dinero en lo que alguna vez fue, y lo que siempre debió ser –una red de intercambio legal y económico para todas las personas en cualquier parte.



Este artículo es una traducción de su original en inglés: https://btctheory.com/2014/10/15/sovereign-violence-and-legitimacy-of-law/
*"Verdad y Poder" es una entrevista realizada a Michel Foucault en 1977. Parece haber grandes diferencias entre la versión en español y la versión en inglés. Una de ellas es que el párrafo citado no aparece en español.

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